El ROA, de la innovación a la obsolescencia

La rentabilidad económica es un indicador imprescindible del cuadro de mando de cualquier empresa, pero aún es frecuente que se calcule erróneamente.

Este ratio debe medir el rendimiento contable generado por la inversión sin considerar los gastos financieros de la empresa y se calcula por el RONA (return on net assets), cociente entre el resultado de explotación (antes o después del impuesto operativo) y el activo neto. El denominador debe ser el activo neto, que resulta de restar al activo la financiación espontánea, es decir, la aportada sin coste explícito por los suministradores de bienes y servicios y que reduce las necesidades financieras exigidas por el negocio.

El cálculo de la rentabilidad económica utilizando como inversión todo el activo es un error, pues ignora que la financiación espontánea es proporcionada por la propia actividad, contribuyendo a mejorar su atractivo al reducir la financiación que ha de cubrirse con la deuda financiera y los accionistas. La financiación de los acreedores comerciales es una parte importante de la actividad como se reconoce al calcular las NOF o al aplicar el modelo de las cinco fuerzas de Porter, donde la relación con los suministradores es una de ellas. También lo reconocen la Central de Balances del Banco de España y las empresas con la función financiera más experta, al usar como denominador el activo neto.

Sin embargo, todavía se mantiene la costumbre de usar el ROA (return on assets) cuyo denominador es el activo total, siguiendo la formulación entonces innovadora de la DuPont hace un siglo. Pero, no usar como rentabilidad económica el RONA distorsiona el cálculo del rendimiento contable del negocio al ignorar una sus principales dimensiones.